lunes, 2 de diciembre de 2013

Cigarros de colores.

Ahí estaba ella, sentada en la terraza de un bar, café en mano y cigarro en la otra.
Me siento fuera, aire limpio, fresco y sin rastro de humedad.
Cafeteras a todo trapo, echando humo como tú.
Unas gafas de sol me separan de la fina línea del descaro. Escondiendo miradas furtivas tras unos cristales oscurecidos.
Dos sorbitos del ardiente café y una calada. Un patrón que se repetía cada 10 segundos.
La espuma del capuchino burbujeaba en tus labios y tus caladas marcaban de carmín tu palo incandescente. Cuando el fuego dejó de quemar y el calor de tu ansiedad desaparecía temporalmente, lo enterrabas en el cementerio de tus colillas.
Cenicero rebosante de frías cenizas de soledad.
Desenfundó el pintalabios, mordió una servilleta y dejó su huella plasmada en aquel retal de papel. Volvió a poner los pies sobre la tierra y se marchó, soltando un rastro de  perfume más intenso que el de su tabaco.
Dejando el cenicero colorido de antiguos cigarros carbonizados.

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