Ahí estaba ella, sentada en
la terraza de un bar, café en mano y cigarro en la otra.
Me siento fuera, aire limpio,
fresco y sin rastro de humedad.
Cafeteras a todo trapo,
echando humo como tú.
Unas gafas de sol me separan
de la fina línea del descaro. Escondiendo miradas furtivas tras unos cristales
oscurecidos.
Dos sorbitos del ardiente
café y una calada. Un patrón que se repetía cada 10 segundos.
La espuma del capuchino
burbujeaba en tus labios y tus caladas marcaban de carmín tu palo
incandescente. Cuando el fuego dejó de quemar y el calor de tu ansiedad desaparecía
temporalmente, lo enterrabas en el cementerio de tus colillas.
Cenicero rebosante de frías
cenizas de soledad.
Desenfundó el pintalabios,
mordió una servilleta y dejó su huella plasmada en aquel retal de papel.
Dejando el cenicero colorido de
antiguos cigarros carbonizados.
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