Era como estar en lo más
profundo de una tempestad.
Sudor frío, tembleques, piel
erizada, corazón acelerado y respiración fatigada...
Claros síntomas del aparato
locomotor trucado. Nerviosismo en el aire.
El corazón se revolucionó,
medido a un cierto número determinado de vueltas por minuto. Combustión interna
de gasolina, carburador, bujías incandescentes que provocan una chispa.
Calentando el motor de este cuerpo dejándolo a ralentí.
El volante vibraba tanto que
contusionaba mis muñecas. El freno de mano se endureció.
Los silent-block chirriaban
por toda la carrocería metálica debido a la brusquedad del motor. La insignia
de la parte delantera del capó pedía salir volando con tan solo pisar el
acelerador.
La parrilla delantera gritaba
ser refrigerada por el aire que le golpeaba en contra. El paragolpes robusto
delantero apenas tenía arañazos. Tan solo insectos suicidas, atraídos por su
brillo residían en él. Y dos ojos que variaba su intensidad debido al contoneo
estructural.
A ralentí no solo disminuye
el consumo, si no, que todo suele ir como la seda.
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