Su cuerpo, negro
mate con acabados metálicos, me trasmitía un impulso a posar delante de ella.
Su ojo, con gran apertura, le brillaba, sus pestañas me flasheaban la silueta
al sacudirlas con fuerza.
Me mirabas a
través de una mira telescópica, muy parecida a la de un rifle de asalto.
Tus disparos
impactaban en mi cuerpo sin dejar ninguna zona sin bombardear. La metralla que
se alojaba entre la piel y el hueso, recreaban unos lunares a la perfección.
Una ruleta
escogía el modo manual o automático, por si se hacía un combate cuerpo a cuerpo
o desde la distancia.
Un campo de
batalla simple y con pocos acabados, uniformes que tapaban lo justo y
necesario...
En situaciones
como estas no te sabría distinguir entre soldado raso o capitán. Mi camuflaje
tapaba las vergüenzas que el uniforme no se atrevía a hacer.
- ¡Enemigo a las
doce!
Se acercó a paso
ligero con sus botas de asalto, por la espalda e infraganti... Le besó a quemarropa.
La sala de
torturas quedó manchada por el carmín de sus casquillos...
Aquel pájaro no
cantó... aulló.
“Hagamos el amor
y no la guerra”
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