Se mantenía a
flote como una hoja marchita, caída a un lago en otoño. Los juncos brotaban de
las profundidades, sobresaliendo algunos escasos centímetros hacia la
superficie.
Su tamaño era
atronador, echando raíces a kilómetros y kilómetros de profundidad.
En el islote
habitaba todo tipo de fauna y vegetación descuidada.
Los pequeños
rastrojos del suelo acomplejaban a los viejos troncos arrugados de aquel
pequeño terreno. Pero aquellos mastodontes de madera podían rascar las
esponjosas nubes.
Una casita
envejecida decoraba junto con el color verde apagado de aquel paisaje, con
paredes caídas y mal enlucidas. Ventanas descolgadas y mosquiteras desgarradas,
dando cobijo a cualquiera que se atreviera a entrar en las oscuras y
humedecidas habitaciones. Sus goteras marcaban los tiempos de una canción
repetitiva que sonaba sin cesar.
Su extenso lago
conjuntaba a la perfección, actuando a modo de espejo, amplificaba el volumen del
lugar.
Las ondas
provocadas por los peces hacían bailar a los juncos. Las ranas se lanzaban de
cabeza desde el trampolín sin prejuicios. Y las aves decoraban el cielo al amanecer.
Como una hoja marchita,
caída a un lago en otoño, se mantenía a flote... el islote.
No hay comentarios:
Publicar un comentario