jueves, 12 de diciembre de 2013

El islote.

Se mantenía a flote como una hoja marchita, caída a un lago en otoño. Los juncos brotaban de las profundidades, sobresaliendo algunos escasos centímetros hacia la superficie.
Su tamaño era atronador, echando raíces a kilómetros y kilómetros de profundidad.
En el islote habitaba todo tipo de fauna y vegetación descuidada.
Los pequeños rastrojos del suelo acomplejaban a los viejos troncos arrugados de aquel pequeño terreno. Pero aquellos mastodontes de madera podían rascar las esponjosas nubes.
Una casita envejecida decoraba junto con el color verde apagado de aquel paisaje, con paredes caídas y mal enlucidas. Ventanas descolgadas y mosquiteras desgarradas, dando cobijo a cualquiera que se atreviera a entrar en las oscuras y humedecidas habitaciones. Sus goteras marcaban los tiempos de una canción repetitiva que sonaba sin cesar.
Su extenso lago conjuntaba a la perfección, actuando a modo de espejo, amplificaba el volumen del lugar.
Las ondas provocadas por los peces hacían bailar a los juncos. Las ranas se lanzaban de cabeza desde el trampolín sin prejuicios. Y las aves decoraban el cielo al amanecer.


Como una hoja marchita, caída a un lago en otoño, se mantenía a flote... el islote.

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