Me levanto como cada día, a las 8. Me tomo mi café en la penumbra de mi cocina. No solía durar mucho mi
desayuno, pero algunas mañanas me sentaba en el sofá a pensar. "Soy un alma en
pena", me suelo repetir, pero no me importa. Salgo de casa con la brisa
mañanera, alzo los brazos y respiro hondo para coger fuerzas. No os lo he
dicho, soy ese camarero que vive tras la barra y que a nadie parece importar.
Las 9:30 h, todavía no
aparece nadie, mis pensamientos vuelven a brotar…
No me gusta fumar, pero
algunas mañanas lo hago para quitarme el estrés.
Como cada mañana,
aparece un cliente muy común, cuentan muchas historias sobre ella, pero tampoco
sé que pensar.
Le sirvo su café, como
cada día. Es curioso, viene todos los días a primera hora, se sienta solitaria
en la terraza, se enchufa su cigarrillo y observa pasar a los hombres. Sí, es
una mujer.
Aparenta ser una chica
ricachona, algo inalcanzable para un tipo corriente como yo.
Mi cabeza me ha jugado
malas pasadas, imaginando que estaba a mi lado, cosa que no pasará…
Mujer: - Lo que yo deseo
no lo tiene en el menú…
Barman: - Disculpe?
Mujer: - Le puedo
invitar a algo, después del trabajo, le recojo a las 6…
Dice la leyenda que existía
una mujer que con su voz en gallina tu piel convertía, con su dedo índice maravillas
hacía y con su mirada te derretía.
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