Me encuentro tumbado
boca arriba, párpados resentidos y vista cansada. Mis ropajes suelen ser unos
vaqueros apretados y una camiseta de tirantes.
Hecho un pequeño vistazo
a mi habitación antes de cerrar los ojos, por aquí todo en orden, nada fuera de
lo común. Llegó mi hora de dormir...
Apareces por la puerta
buscando guerra, contoneando esas bonitas caderas, el pelo alborotado y
descalza, como cual salvaje.
Tus dedos juguetean con
tu cuerpo, con tus labios y finalmente con tu pelo.
Te acercas sigilosa,
camuflada, con firmeza… con tan solo unos ropajes desgarrados, a punto de
desplomarse.
Cada vez tu aliento se
aproxima más, pudiendo ver con claridad el filo de tus caninos y tus garras las
veo con fuerza crecer…
Las muñecas se duermen
automáticamente. Noto como poco a poco se me van contusionando, ocasionado por
alguna atadura. Me retiene, me atrapa, me sostiene. Con esfuerzo consigo soltarme de aquella trampa
mortal, pero ya no había escapatoria, te abalanzas sobre mí, me agarras, me
arañas. Mi fin ya llegó…
Me arrancas la camiseta
de un zarpazo, dejando marcas en mi pecho.
Jugueteas con el bello
rizado con pasión y siento como mi cuerpo va cogiendo temperatura.
ZAS! Pantalones
desgarrados, deshilachados, que ha penas tapan mis vergüenzas.
Te relames, te
mordisqueas el labio y tan solo te oigo susurrar:
- “El desayuno está
servido”.
Movimientos ascendentes
y descendentes como una pendiente desnivelada, una tortura de placer. Gruñes,
gimes, ronroneas… Punzadas, desgarres por mi espalda. El arma homicida
incrustada en la punta de tus dedos. La velocidad de tus movimientos prospera,
aumenta, te creces.
Aullidos de lobo,
rugidos de fieras… que tiemble la fauna entera.
Tras la guerra, viene la
calma y… un orgasmo explosivo. Ojos en blanco que divisan el futuro, miradas al
techo que atraviesan la pintura… y vuelta a la realidad…
Sentado sobre la cama, con la tensión por las nubes y mis ropajes desgarrados por un sueño pasional, intento descifrar que fue ficción o realidad.
“Duermo poco, sueño
mucho”.