A
la par y a trote ligero, tiraban con fuerza, por senderos y caminos, aquellos
dos siameses jamelgos, de buena familia y un gran pedigrí. El pecho elevado, hacia delante, vista al frente y andares con
elegancia. Arrastrando un cofre sobre ruedas, un baúl lleno de poliéster y seda.
Posaderas y sillones de algodón, coloridos y con acabados de madera.
Un
lazo en cada mano simulando que tengo el poder, procurando su tramo rectilíneo de aquel pedregoso camino. Soy un cochero prisionero con síndrome
de jinete, custodiando a esos dos corceles. Encarcelados por
grilletes de cuero, con una condena de por vida y la moral para el arrastre. Corrigiendo
mi oscura vida de malhechor, en esta vida de cochero...
Su
fachada de fina piel y crin decoraba el carruaje.
El
alma era quién hacía el resto, tirando de su prisión realmente.
Por
las noches un viejo candil minero calentaba mi hombrera izquierda a la vez que
ilumina el pasaje. Con la visibilidad reducida y una brújula defectuosa.
Mi
columna vertebral deberá acostumbrarse a esa inclinación de 65º, mis globos
oculares irán perdiendo dioptrías con cada noche y mis huesos se irán aferrando
a la humedad del crudo invierno.
Así
sería mi cadena perpetua... de cochero perpetuo...
Al
llegar a casa mi sombrero de copa reposará con un merecido descanso, ya que
durante el trayecto se utiliza como gesto de saludo cordial ante los nobles y
sus damas.
http://www.youtube.com/watch?v=T2DScVGCFeI
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