jueves, 2 de enero de 2014

El cochero prisionero.

A la par y a trote ligero, tiraban con fuerza, por senderos y caminos, aquellos dos siameses jamelgos, de buena familia y un gran pedigrí. El pecho elevado, hacia delante, vista al frente y andares con elegancia. Arrastrando un cofre sobre ruedas, un baúl lleno de poliéster y seda. Posaderas y sillones de algodón, coloridos y con acabados de madera.
Un lazo en cada mano simulando que tengo el poder, procurando su tramo rectilíneo de aquel pedregoso camino. Soy un cochero prisionero con síndrome de jinete, custodiando a esos dos corceles. Encarcelados por grilletes de cuero, con una condena de por vida y la moral para el arrastre. Corrigiendo mi oscura vida de malhechor, en esta vida de cochero...
Su fachada de fina piel y crin decoraba el carruaje.
El alma era quién hacía el resto, tirando de su prisión realmente.
Por las noches un viejo candil minero calentaba mi hombrera izquierda a la vez que ilumina el pasaje. Con la visibilidad reducida y una brújula defectuosa.
Mi columna vertebral deberá acostumbrarse a esa inclinación de 65º, mis globos oculares irán perdiendo dioptrías con cada noche y mis huesos se irán aferrando a la humedad del crudo invierno.
Así sería mi cadena perpetua... de cochero perpetuo...

Al llegar a casa mi sombrero de copa reposará con un merecido descanso, ya que durante el trayecto se utiliza como gesto de saludo cordial ante los nobles y sus damas.

http://www.youtube.com/watch?v=T2DScVGCFeI

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