jueves, 30 de enero de 2014

Cebreado.

Ahí estaba su cuerpo en vela, a merced del invierno, apoyando sus brazos en la débil barandilla del balcón. La cabeza en los antebrazos, la nariz y la boca refugiados tras las mangas de la sudadera.
Las luces anaranjadas de aquellas bombillas alógenas de las farolas se reflejaban en los cristales de sus gafas. La brisa ponía su piel de gallina y sus ojos, furtivos, se fijaban en un punto exacto.
Un tramo, uniendo los dos extremos de unas casas por un paso de cebra y baldosas adoquinadas.
Para verla pasar. Para ver si sus deportes conjuntaban con su chaqueta deportiva, si su coleta ondeaba al viento con fuerza o simplemente para verla.
Recorriendo ese camino y desapareciendo en tan solo 6 pasos. 4 si decidías ir a paso ligero. 2 pasos de diferencia podrían significar un rápido vistazo de cuerpo o de medio.
El blanco de ese paso peatonal, iba perdiendo su blancura, blanco roto lo llaman ahora. Roto de tanto pisotearlo, de llevarte la tinta en la suela de tus zapatos y así poder recrear tú propio camino cebreado.
Restregando neumáticos ennegrecidos sobre aquellas líneas recién lavadas. Recién perfiladas y perfectamente alineadas. Tan solo te advertiré de su carácter en los días nublados, de su resplandor en los días más soleados y sobre todo en el origen de este código de barras.

La nariz y la boca se expusieron al frescor tras alzar la cabeza, los brazos la siguieron... Con la ventana cerrada, dio por finalizada la noche, impidiendo que su mirada cruzara la calle sin mirar en ambos sentidos.


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