Los ojos derramaban lágrimas de sangre, inyectados
con tal fluido. La mano izquierda, en forma de cabestrillo, se mantenía rígida
y flotante por la soga que muchos ahorcados cayeron por no acertar la última
palabra del crucigrama. Y un robusto martillo golpeaba con brusquedad la débil
puerta de su mente.
Mi
vela aún seguía encendida, vertiendo la cera al borde de la mesa. El papel y el
bolígrafo murieron de soledad, arrastrando consigo las palabras que nunca
llegaron a brotar...
El
copyright se mantenía, pero el autor al margen, un tiempo, estaría.
Los
relatos del manco zocato.
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