jueves, 20 de febrero de 2014

Masajista.

Poseías un arma más infalible que una granada de mano. Despojándote de tu anilla podías ocasionar una explosión en cadena sobre mi espalda. Con las manos podías hacer gritar, a los cuatro costados del mundo, un placer sanador.
Tus manos y mi cuerpo se imantaron, quedando atrapados en un campo magnético.
Tumbado y relajado. El alma quedó aferrada al cuerpo para sufrir la misma condena.
Los hombros se quejaban con la primera pasada, la espalda... tan solo gozó en silencio.
Las extremidades declararon su lealtad ante ti, cada tejido aclamaba tu nombre y mi pecho, envidiado, esperaba su turno. Estaba en tu poder.
Tu juego de manos era lo prohibido, recorriendo todos los recovecos de mi espina dorsal.
Al terminar la sesión, la atracción de tus manos menguó, liberándome de aquella fantasía terapéutica. Desperté de aquel sueño, volví a poner los pies sobre la tierra y despegué de ese lugar.

"El lenguaje profundo de las manos"

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