lunes, 3 de marzo de 2014

Archer.

Su rostro se camuflaba bajo la capucha, ocultando aquella mirada furtiva que se conectaba directamente con las yemas de sus dedos. De ellos brotaba la magia y sobre todo la puntería.
Donde ponía el ojo, ponía la bala. Su cañón era la puntiaguda flecha, su cargador se alojaba reposante en una vaina tras la espalda y el gatillo era un fino cordón que tensaba el resto de la estructura del arco.
Divisó su objetivo, un blanco en movimiento, con una diana tan grande como la de su corazón. Una forajida con vestimentas de pirata disparaba a diestro y siniestro hacia mi persona.
El arco tenso como mi espalda, la flecha impaciente como su mirada, los nervios y el pulso gritaban a flor de piel. Ahí fue donde puse el ojo, impactando en su motor de combustión sanguínea.

El bosque se quedó en silencio, ambos petrificados y el único ruido que se escuchaba era el cruce de sus miradas. Una pequeña llama brotó en su corazón, provocando así un incendio en sus cuerpos.


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