Tu mirada tenía síndrome de
mira telescópica, ya que me divisabas desde la distancia. El camino que nos
separaba era la trayectoria, de tu cuerpo proyectado, que recorría para
impactar contra el mío. La metralla residía en tu boca, encendiendo la mecha.
Tu cuerpo lleno de pólvora creaba cenizas incandescentes.
Un disparo certero te bastó
para atraparme. El orificio de bala marcó tu inicial a fuego y el hollín del
cañón escribió el resto de tu nombre.
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