sábado, 25 de enero de 2014

Jumeras y rastrojos.

Entonces fue como el frío volvió a recorrer su cuerpo de pies a cabeza, como un rayo que salió de la nada iluminando todo su interior. Las manos se volvieron de hielo, los nudillos se agrietaron y el bello reaccionó como la espuma. Las rodillas claqueteaban por su propio pie.
El alma se quedó petrificada, el bao empañaba el espejo e inundaba la habitación, provocado por el incendio de aquella calada de jumeras y rastrojos.
La lámpara empezó a dar calidez a aquellas desenfocadas paredes verdes de gotelé.


Con los brazos abiertos y la mirada perdida en el techo, pasa granito a granito mi reloj de arena.

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