Entonces fue como el frío
volvió a recorrer su cuerpo de pies a cabeza, como un rayo que salió de la nada
iluminando todo su interior. Las manos se volvieron de hielo, los nudillos se
agrietaron y el bello reaccionó como la espuma. Las rodillas claqueteaban por
su propio pie.
El alma se quedó petrificada,
el bao empañaba el espejo e inundaba la habitación, provocado por el incendio
de aquella calada de jumeras y rastrojos.
La lámpara empezó a dar
calidez a aquellas desenfocadas paredes verdes de gotelé.
Con los brazos abiertos y la
mirada perdida en el techo, pasa granito a granito mi reloj de arena.
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