Ya casi nada me saca esa
sonrisa tonta de oreja a oreja.
Intento ahogar las penas en
el alcohol del malo, un alcohol que ni cura las heridas. Alcohol de contenedor.
Me sigo imaginando, muchas
veces, sentado en un sillón relax, con una mesita de madera junto a mí y sobre
tal un teléfono clásico de ruleta. Esperando una llamada. Aquella llamada de
una “striper” que por las noches se hace llamar Karma.
Escribiendo historias hacia
dentro, saliendo entre suspiros...
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