Sus curvas me recordaban a mis años como músico callejero de
Jazz.
Se asemejaban perfectamente a las medidas exactas de mi
querido chelo.
Su larga melena, hasta la cintura, bajando por la espina
dorsal recreaban las cuerdas, duras, resistentes y con las puntas retorcidas.
Mis manos pedían a gritos tocarte, con la misma pasión que
se toca un buen estribillo, con la misma energía sobre el final de una canción,
con el sudor y lágrimas que segregas tras un orgasmo explosivo...
Sentado en el sillón, rodeando con mis brazos tú estructura
de piel y madera. Dibujando con lunares la beta de tu madera.
Con la izquierda selecciono las notas. Con la derecha punteo
el final de esta canción.
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