martes, 1 de julio de 2014

Al volante.

Ella me miró a través del parabrisas, mientras yo obstaculizaba su camino. Le guiñaba un ojo y ella me lo devolvía mordiéndose el labio. El ralentí de su coche y mi pulso iban a las mismas revoluciones. Teniendo en su poder el pedal que nos hacía acelerar.
Apretó con fuerza el volante, jugueteó con el acelerador y sus ojos se clavaron en mi.
Estaba dispuesta a abalanzarse.

La temperatura evaporaba las feromonas expulsadas, el sudor competía en largas carreras descendentes y en el asiento trasero del coche quedó una huella plasmada de por vida.


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