Y nevó, en el punto más alto de la montaña; en el punto más bajo de mi cama.
Y nevó, como nunca antes había nevado e imaginado.
La nieve derretida bajaba en forma de gota por la espalda, empapando mi manos que sujetaban su cintura.
Y de repente nevó, la ropa entorpecía, el encaje dejaba de apretar y los cuerpos empezaban a derretirse.
Y nevó, por tercera y no última vez.
Los cuerpos incandescentes prendían el pellez, licuaron las velas, caldeando el ambiente como una buena chimenea...
Siguió nevando toda la noche y el calor impidió que se congelaran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario