Chamán.

Los timbales sonaban a compás de la tribu, mientras el fuego crepitaba la madera.
El chamán, con embrujo, actuaba de titiritero sobre aquellos paganos. Su máscara impartía respeto, poder y sabiduría.
Gesticulando hipnotizaba y con una reverencia global se consideraban sanados y purificados.

Y nevó...

Y nevó, en el punto más alto de la montaña; en el punto más bajo de mi cama.
Y nevó, como nunca antes había nevado e imaginado.
La nieve derretida bajaba en forma de gota por la espalda, empapando mi manos que sujetaban su cintura.
Y de repente nevó, la ropa entorpecía, el encaje dejaba de apretar y los cuerpos empezaban a derretirse.
Y nevó, por tercera y no última vez.
Los cuerpos incandescentes prendían el pellez, licuaron las velas, caldeando el ambiente como una buena chimenea...

Siguió nevando toda la noche y el calor impidió que se congelaran.

Inauguración.

Las tijeras representaban el paso del tiempo, el paso de la vida. Dando ligeros pasos en cada corte que deshilachaba la tela.

La tela es el camino que recorremos, sobre la que desfilamos sin apenas darnos cuenta. Caminamos sobre una banda de terciopelo, sobre la misma alfombra roja por la que pasan las estrellas. Y de esta manera damos la inauguración a nuestras vidas paralelas.