Forjó
su armadura de antigualla, vitoreado como vieja leyenda. Apenas sostenía la
espada, tan solo era un bastón afilado en unas manos arrugadas. Coraza de hojalata,
óxido y desconchada.
Cuerpo
envejecido, cicatrices arrugadas y un yelmo, agujereado, que las camuflaba.
La
espalda estaba basada en un libro de historia, con la piel despellejada en
tiras de escayola, expulsando el olor del dolor y el miedo.
El
tufo a metralla regurgitaba en su paladar y la lengua se dividía en dos
dialectos. Bigote rizado destacando los orígenes, con mezcla de arena embarrizada.
Y brotes de cuervos negros se le manifestaban cada noche cuando cerraba sus parpados
quemados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario